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18º Aniversario de Casa de los Escritores del Uruguay - Actividad celebratoria

18º Aniversario Casa

18º Aniversario de Casa de los Escritores del Uruguay -

Actividad celebratoria

 

El 15 de junio del corriente año se cumplió el decimoctavo aniversario de Casa de los Escritores del Uruguay.

Pocos y muchos años al mismo tiempo para una institución que persiste en sus ideas fundacionales. El compromiso con la cultura y la literatura creativa, el fomento de la unión y asociación de escritores y la defensa de sus derechos encuadran, más allá las contingencias históricas, cada iniciativa y cada emprendimiento.

En la ocasión, se presentó una relatoría de las actividades llevadas a cabo desde el comienzo de año a la fecha y se anunció el inicio de Paisaje interior, ciclo dedicado a conversar con escritores y escritoras, editores, gestores culturales de cada departamento del país.

Por otra parte, y con un sentido evocativo, se proyectó el video Un solo país, en tren de lectura (edición de Ferruccio Musitelli) que registra ferias de libros, charlas, lecturas y espectáculos musicales organizados en cuatro ciudades del interior, en el año 2005. La experiencia, que congregó a escolares, estudiantes liceales, docentes, vecinos, escritores, músicos y artistas plásticos, refleja, en alguna medida, el interés de la Casa en promover el conocimiento y la vinculación cultural.

En un momento relevante y emotivo de la reunión, Melba Guariglia fue nombrada Socia Honoraria. Su trabajo permanente, abnegado y comprometido como escritora y socia ha sido la justificación para el reconocimiento y la distinción conferida. Una distinción que, al mismo tiempo, repercute en la identidad institucional de la propia Casa.

Melba Guariglia tuvo a su cargo el discurso celebratorio del aniversario con el cual finalizó la actividad.

 

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Discurso pronunciado por Melba Guariglia

 

 

XVIII ANIVERSARIO DE LA CASA DE LOS ESCRITORES DEL URUGUAY

Antes que nada y después de todo, agradecer. Una palabra a veces olvidada y a veces sobrevalorada, depende de la intención con que sea utilizada, sobre todo si la usa un escritor o escritora. Los y las escritoras somos parte de las palabras, vivimos en medio de las contradicciones en que vive la humanidad, porque la comunicación es un recurso imprescindible y las palabras ayudan a hacer de esa necesidad una obligación. Una forma de acercamiento.

Cuando el mundo está de duelo, y ya no solo la pobreza y las guerras sino la enfermedad y sus consecuencias nos acucian como animales feroces, las palabras son un puente de salida, una manera de abrazar al semejante desde adentro, con la interioridad que nos hace invertir en un sueño que es el mismo de siempre pero más cercano. Porque más cercana está la posibilidad de acercarnos con el cuerpo de las palabras, afinando la puntería del amor.

En 2013 iniciábamos un proyecto que hoy se llama Casa de los Escritores del Uruguay con el fin de unir nuestros intereses comunes en otro mayor que era el de colaborar para la supervivencia y reencontrar significados que se han perdido. Recuperar la gratitud, la solidaridad, el relato significante que nos dé el amparo y la certidumbre, señales resentidas en la sociedad.

Los fundadores de aquella época recordarán los escollos que hubo que saltear, a los compañeros y compañeras que ya no están pero que contribuyeron a darnos el relato de lo que hoy actúa como parte de la historia de nuestra lucha por entregarnos, con la pluma y a su pesar. Entre tantos, no puedo dejar de nombrar a Dina Díaz, que fue activa presidenta de nuestra Casa y que hace tan poco se fue a escribir a otro lugar desconocido, a Andrés Caro Berta, integrante de varias directivas, siempre recordado.

La tarea de escribir se convirtió en una asamblea permanente para armar el futuro con el aporte de distintas ideas, distintos motivos, distintas estéticas, para no vivir a golpes y acceder a expresarnos en libertad y sin miedo, sin exclusiones. No obstante, descubrir caminos en común no ha sido fácil, buscamos agruparnos en una pequeña sociedad, sindicato, asociación, discutiendo conceptos y objetivos, hasta acordar construirnos en una sencilla Casa, nombre habitable y acogedor, de pan y vino en la mesa, libros en los estantes, párrafos en las paredes, destinados a ser leídos en un espacio tomado por asalto, aun cuando algunos preferían una casa móvil sin más ventana que el horizonte.

Así nos encontramos juntos en el rescate del compromiso íntimo de la palabra y el universo, en Letras por kilo al principio, en carpas municipales, en ferias de libros, en Letras solidarias, en presentaciones y lecturas, en creación y participación en bibliotecas populares... El espacio se abre cuando las fronteras no separan y las plumas como los panes se multiplican.

En estos 18 años que hoy celebramos se han reproducido significados, actividades, labores que trascienden al hecho de ser nosotros y nosotras mismas, más allá de los géneros y los estilos, buscando caminos para conocernos entre locuras, desacuerdos, alejamientos y esperanzas. Las crisis no nos dejan nunca afuera, el ideal que, con palabras de Carlos Liscano, nuestro primer presidente, “Nos unen en los valores democráticos de tolerancia, respeto a la diferencia, rechazo al autoritarismo y defensa de los derechos humanos”, nos comprometen a velar también por nuestras necesidades como ciudadanos. La Casa que nació con el deseo de no existir más que como una utopía, lugar natural de la literatura, es ahora un sitio de llegada, y haber permanecido en el ámbito de la cultura por todos estos años, ininterrumpidamente, es un gran paso hacia la utopía de habitar un hogar cada vez más amplio y compartido, mantenido con puertas y ventanas abiertas sumado a un montón de tenacidad y esfuerzo.

Si bien la construcción de la identidad es una labor permanente y compleja, quienes escribimos desde la infancia la visualizamos como un trabajo, una habilidad o disposición que se va desarrollando en el tiempo, en las lecturas, en la práctica, en el estudio, en la expresión que vamos creando y recreando en cada texto a partir de nuestra imaginación. La falsa oposición entre el arte y el trabajo responde a una idea en la cual el escritor, en este caso, estaría ajeno a las relaciones sociales, aislado de su producción artística y de la cadena que esta genera. Pero aun cuando los Mecenas colaboraron en el ayer para que los artistas tuvieran la posibilidad de dedicarse a sus obras, así también grandes creadores padecieron penurias por no poder hacerlo o no poder brindarse por entero a su intención de señalar los vacíos del mundo, entre el olvido y la necesidad. Cuántos de aquellos habrán quedado ignorados al borde de los senderos culturales en ese injusto proceso por sobrevivir, y cuántos y cuántas hoy.

El trabajo solitario del escritor y de la escritora termina cuando el texto inicia su propio transcurrir a través de los primeros lectores, en intercambios fecundos con sus colegas, en correctores, en editores, en las publicaciones sobre cualquier soporte y cualquier herramienta que derivan en océanos casi siempre desconocidos, hasta en montañas de papeles desechados en el refinado acto de escribir. Termina la soledad en los tiempos dedicados a concebir y diagramar aquello tan comunicativo como la articulación entre autores y lectores, al extender en ese periplo mancomunado el poder de la palabra escrita.

La Casa de los Escritores enfrenta estas contradicciones externas e internas, porque las condiciones de cada uno de sus integrantes son diversas, en lo social y en lo cultural, y porque la cultura no es un bien distinguido por el mercado global. Tampoco nosotros, sus miembros, hombres y mujeres, hemos contribuido a precisar cuánto del poder legítimo de servir a la sociedad por medio de la palabra es digno de concebirse como un producto tan genuino como un auto o una copa de licor, ni tan válido y necesario como la intervención de un sanitario o de un odontólogo. Valga nuestra autocrítica, pues vivimos en una sociedad en transición donde parecen vacilar nuestros principios altruistas o perder el halo de seres ajenos al lucro si cobramos por nuestros trabajos creativos, cuando en realidad no son excluibles. Nunca faltará la solidaridad entre trabajadores y trabajadoras porque nuestra experiencia vital es colaborativa y social.

Cada directiva en todos estos años ha intentado, no solo reflexionar sobre estos temas y otros controvertibles que se presentan en cada coyuntura, sino establecer vínculos con autoridades, grupos y sindicatos que apoyan la idea de solidarizarse con aquellos escritores y escritoras que estuvieran en condiciones vulnerables, en aras de cumplir los objetivos de defensa de los derechos humanos que nos une desde el inicio, no solo la disposición que a todo creador le cabe con su sociedad, sino también con los más cercanos, sus pares. Todo esto afirmado en el marco de un derecho universal que nos ampare, no en una gracia personal.

Sin embargo, la misión no ha sido ni es sencilla, hay que seguir rompiendo mitos que dividen trabajo manual y trabajo intelectual, producción simbólica y producción material, “el arte por amor al arte”, frase idílica y practicada con nobleza, pero que encierra una concepción que permite al artista aparecer por encima de las necesidades de los demás. Asumir la perspectiva del arte como trabajo significa reconocer que debe ser valorado también en términos materiales y económicos, dejando de lado la imposición cultural que invisibiliza lo artístico dejándolo al margen de lo que el mercado privilegia como ganancia, al mismo tiempo que lo ensalza como a un espíritu intangible y omnipotente.

Hay mucho todavía para pensarnos e interpretarnos, así como para imaginar un futuro. Actualmente, celebramos que la Casa de los Escritores  esté en lucha por integrarnos a la Ley del Artista, la que ni siquiera nos nombra y con la cual otros artistas perseverantes han logrado ser considerados parte del capital social, es decir, reconocidos por su labor sostenida. Esa labor que a nosotros nos define en un “oficio de ciegos”, que yo así llamo, pero también es un oficio invisible. Para quienes trabajamos todos los días en el entramado del lenguaje, los derechos y las obligaciones existen reales como en todas las ramas de actividad. Por eso garantizar las condiciones materiales de los artistas como las de cualquier otro trabajador o trabajadora, de quienes nos sentimos parte, sin olvidarnos de que la sociedad nos necesita, es de justicia.

Empezar por reconocernos a nosotros mismos como productores de cultura es un imperativo ineludible, ahora más que nunca, cuando vemos mermados nuestros derechos en una pandemia que nos da tiempo libre, pero en lugar de liberarnos nos compele a crear sin recompensas, y a sufrir como todos y todas la precariedad o la falta del empleo en actividades conexas que aun fuera de nuestro oficio sabíamos cumplir.  

Al olvido y al desconocimiento de nuestras creaciones se suma el desamparo, esa palabra que apela a la indiferencia no a la comunicación, voluntaria o no, a la que apuntamos. Por lo tanto es un desafío para quienes escribimos tener la humildad de analizarnos en aquello que forma parte de nuestra historia, el modo en que el amor a nuestro trabajo nos lleva al deseo de ofrecerlo y al mismo tiempo de recibir el reconocimiento y la compensación que corresponde por las horas y el esfuerzo dedicado.

La Casa de los Escritores con sus casi veinte años de gestión continúa buscando caminos de unidad en todo el país para escribir la historia que por relación nos une a todos y a todas, no es posible ignorarla en su trayectoria, apoyaremos las iniciativas que continúan acciones realizadas desde siempre, sobre todo dignificar la tarea de escribir en el largo proceso de llegar al lector, en todas sus fases.

Bienvenidas sean las luchas si con ellas logramos un mismo objetivo literario de producir nuevas formas de arribar a otros mundos más igualitarios y más justos.

La Casa es nuestra, desde su fundación habitamos sus espacios y los agradecemos, sabemos que sentarnos juntos a la mesa, debatir y compartir nuestra escritura es también abrirnos a la realidad, cooperar con las letras y con la vida.

Un poco solitarios pero sobre todo solidarios no nos moriremos en una torre de marfil o de Babel, intentaremos seguir escribiéndonos con el vuelo de la tierra en diálogo con la diversidad de la naturaleza.

Antes y después de todo, agradecer, una palabra que hoy me toca más que nunca, también el reconocimiento a todos y a todas por mantener firme la Casa de los Escritores del Uruguay, y felicitarla, por los años, por la literatura y por continuar sin descanso la batalla por nombrar el mundo con palabras que no se olvidan.

Melba Guariglia

Montevideo, 15/6/2021

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